Que no cese la esperanza

La historia empieza el 29 de julio de 1936. En Folgoso de la Ribera, un pequeño pueblo de León, se había oído que en Marruecos un grupo de sublevados se había hecho con el control de la zona, y que estaban empezando a entrar en la Península.

En el pueblo no había ninguna radio, y sólo veían la prensa cuando la subía Luis de Ponferrada. Por eso, esa mañana del 29 de julio, se esperaba el periódico con mucha impaciencia. Cuando llegó Luis con el periódico lo primero que dijo fue:

-"Ya están aquí".

El periódico lo ponía muy claro: "Los rebeldes que se alzaron hace 12 días en Marruecos ya se han hecho con el control del noroeste de España".

Los nervios se apoderaron de todos, y poco a poco se fueron marchando a sus casas.

Pero el que peor se encontraba era Agustín. Desde hacía varios meses era miembro activo de la CNT. Lo normal era que hubiera quemado el carnet para no ser detenido por republicano, pero no lo hizo porque no quería renunciar a sus ideas. Sabía que si los sublevados iban al pueblo probablemente lo matarían, pero en ese momento no pensaba en la muerte, sino en la injusticia que se estaba cometiendo. Esa noche no consiguió pegar ojo, asustado por si entraba en su casa alguno de los rebeldes.

A la mañana siguiente, se levantó más tranquilo, y decidió ir a Ponferrada a ver cómo iba la cosa. A las 6 de la mañana se calzó la botas y fue andando por el monte hasta llegar allí. Se dio una vuelta por el centro, y vio los primeros camiones de falangistas en las calles. Por casualidad, vio uno de los pocos kioscos que estaban abiertos y decidió comprar el periódico. Lo que leyó no le gustó nada: Alemania e Italia decidían ayudar a Franco, y Francia e Inglaterra habían firmado un tratado de no intervención.

-"Nos están dejando solos", pensó.

Volvió muerto de miedo a Folgoso, y lo primero que hizo fue ir al bar a beber una copa para intentar aliviar su angustia.

-"Ponme una copa, Tomás", dijo con voz compungida.

Tomás le sirvió sin preguntar, porque no quería ahondar en la herida.

Al salir del bar, se encontró con Ángel, al que hacía mucho tiempo que no veía. Lo primero que le dijo Ángel fue: -"Ya era hora, esto hacía falta".

Agustín lo miró y siguió sin detenerse, pese al tiempo pasado sin verlo. Ángel lo miraba mientras Agustín se marchaba cabizbajo hacia su casa.

Los siguientes dos meses los pasó casi sin salir de casa y sin leer la prensa, pues no quería saber qué estaba pasando. Cuando por fin salió, decidió ir a visitar a su primo Roberto, que vivía en Bembibre, ya que él tenía radio y quería saber que estaba pasando. Al llegar, Roberto le recibió con un abrazo, y sin decir nada, puso la radio. Lo primero que escuchó le desalentó: "Los nacionales ganan territorio, y se están haciendo con buena parte de la península". Roberto cambió de emisora, y la noticia era totalmente diferente: "La URSS ha decidido enviar ayuda a la República". "Personas de todo el mundo han decidido unirse a las brigadas internacionales para combatir el fascismo en España". Esa noticia les dio una alegría a los dos, y decidieron celebrarlo pegándose un lingotazo de orujo.

Agustín abrió eufórico la puerta del bar de Folgoso y a grito pelado dijo:

-"¡Los rusos nos van a ayudar!"

-"¿Qué quieres decir?" preguntó Luis.

-"¡He estado en casa de mi primo Roberto y he oído que la Unión Soviética nos manda apoyos!".

Todos los presentes dieron un salto de alegría excepto Ángel, que cogió su sombrero y se fue sin decir nada, dejando a medias su vino.

Estuvieron hasta altas horas de la mañana celebrando la noticia, hasta que Tomás dijo que al día siguiente se tenía que levantar temprano y cerró. Se despidieron todos, y mientras Agustín pasaba al lado de la casa de Ángel empezó a oír voces. No le dio ninguna importancia, y siguió andando hasta llegar a su casa. Durmió de un tirón varias horas, como hacía tiempo que no dormía, y se despertó, por primera vez en tres meses, con esperanza. Nada mas levantarse, fue derecho a casa de Daniel para ver que tal estaba. Llamó a la puerta y salió la mujer de Daniel, diciendo que Daniel se había alistado en las fuerzas republicanas. Agustín se quedó de piedra, y despidió con un adiós a la esposa de Daniel. Mientras se dirigía al bar iba pensando en Daniel, del que jamás se imaginó que fuera a ir a servir al ejército. Llegó al bar y dio la noticia, pero ya era conocida desde primera hora de la mañana.

El 27 de noviembre, llegó al bar un hombre procedente de Madrid. Preguntaba por Ángel; Tomás le dijo dónde vivía y le invitó a un vaso de vino. Antes de que el hombre se marchara, Tomás le preguntó a Gonzalo (así se llamaba el hombre) a ver como estaba la situación en Madrid. Gonzalo le contestó que aviones alemanes habían bombardeado Madrid, pero que los nacionalistas habían sido repelidos por las fuerzas republicanas. Luis le dio las gracias y al instante Gonzalo se marchó. 5 minutos después entró Agustín en el bar; Luis le informó de la situación. Agustín se quedó pensativo, y al momento respondió:

-"Sabía que resistirían". "Si esto sigue así, quizá ganemos la guerra".

-"Espero que Daniel esté bien". Dijo Luis.

-"Yo también". Respondió Agustín.

El día transcurrió con relativa tranquilidad, y al caer la noche, Agustín decidió ir a casa de Daniel a preguntar si se sabía algo. Nada mas tocar la puerta, su esposa salió, seguramente esperando la llegada de Daniel. Le dijo que no sabía nada de él desde el día que partió, y que se temía lo peor. Agustín la animó, y después se fue a su casa, porque no tenía ganas de ir al bar.

A las 2 de la mañana, unos golpes en su puerta le sacaron de la cama. Preguntó a ver quien era y oyó a Tomás susurrar que le abriera rápido. Agustín le abrió y le preguntó a ver que pasaba. Tomás respondió:

-"Estaba a punto de cerrar el bar; serían las 11 o así, cuando entraron al bar Ángel y su amigo de Madrid. Bebieron varios vinos; antes de marcharse, Ángel, que estaba borracho, dijo: ¡Se va a enterar Agustín de quien soy yo cuando venga mañana la policía!. Los dos se fueron riéndose a carcajadas."

Agustín se quedó clavado y le preguntó a ver qué hacía. Tomás le contestó que él no podía cobijarle, pero que podía ir la mina abandonada de Valdeloso.

-"La casa aún está en pie, y nunca sospecharán que hay alguien allí".

Agustín no se lo pensó un momento y rápidamente fue a coger algo de ropa a su habitación y toda la comida que le cabía en el morral.

-"No te preocupes, yo todos los días te subiré agua y algo de comida", dijo Tomás.

Agustín se despidió con un abrazo y echó a correr por la montaña hasta llegar a la mina.

Lo primero que hizo fue prepararse un colchón con tablas de madera y forraje para los burros que encontró por allí. Seguidamente, encendió un fuego en el interior de la casa para calentarse, pues hacía mucho frío. Cuando por fin consiguió dormirse, ya estaba amaneciendo y los últimos tizones de la hoguera se estaban apagando.

A las 12 del mediodía del día siguiente, Tomás se presentó en la mina con un tarro de arcilla y una manta bajo el brazo.

-"Te traigo una sopa que he preparado para que entres en calor."

Agustín la bebió de un trago y a continuación le preguntó por la policía.

-"Llegaron a las 11 o así." "Como no vieron a nadie en tu casa vinieron al bar y yo les dije que te vi partir hacia Barcelona a las 9 de la mañana".

-"Entonces puedo volver", dijo Agustín.

-"No", contestó Tomás. "Si Ángel te vuelve a ver seguro que esta vez no deja que te escapes. Lo mejor es que vayas con tu primo a Bembibre".

-"Está bien" dijo Agustín. "¿Cuándo voy?"

-"He hablado con él, y me ha dicho que hoy están cogiendo presos en Bembibre, así que será mejor que vayas mañana".

Agustín intentó dormir la siesta, pero no lo consiguió, y por la noche encendió de nuevo el fuego y se tapó con la manta.

Cuando despertó ya era de día; rápidamente, guardó todas sus cosas y se puso en disposición de irse. A los 15 minutos apareció Tomás con un vestido y un pañuelo de su madre para que Agustín pasase desapercibido. Ya en Folgoso, la gente se les quedaba mirando, y Tomás respondía que era su tía de Ciudad Real, que había ido a visitarle.

Pudieron llegar a Bembibre, y ya en casa de su primo Roberto, Agustín se quitó el vestido y el pañuelo y dio las gracias a los dos.

En Bembibre pasó los tres siguientes meses, hasta que decidió que ya era momento de volver a Folgoso. Roberto trató de convencerle para que se quedara, pero Agustín quería volver a Folgoso y al final se salió con la suya.

-"Por lo menos déjame que te acompañe", dijo Roberto.

Así, Roberto y Agustín salieron hacia Folgoso tres meses después de haber estado allí por última vez. Agustín se había dejado barba y el pelo algo largo, por lo que probablemente no le conocerían. Nada más llegar, se dirigieron al bar de Tomás; éste no se dio cuenta de que el compañero de Roberto era Agustín, y le preguntó por él.

-"¿Qué tal está Agustín?, preguntó Tomás

-"Pregúntaselo tu mismo", respondió Roberto mientras señalaba a Agustín sonriendo.

La sorpresa de Tomás fue enorme, tanto que se abalanzó sobre Agustín y empezó a darle besos y abrazos.

Agustín le contó todo lo que había hecho durante esos tres meses, y Tomás le miraba con ojos de felicidad.

Después, Tomás sirvió vino para los tres. Todo eran celebraciones hasta que llegó María, la mujer de Daniel.

-"Daniel ha muerto en la batalla del Jarama", dijo rompiendo a llorar.

Ninguno de los tres sabía qué decir, y lo único que hicieron fue abrazar a María mientras les inundaba una inmensa tristeza.

Agustín se acomodó en Folgoso, y Ángel se había ido a Cáceres para colaborar con los nacionalistas, por lo que no tenía que preocuparse por ser traicionado. Desde que llegó vivía con María, pues ésta se quedaba sola y prefería estar acompañada. Todos los días se dedicaba a cultivar legumbres y patatas en el huerto de la casa de Daniel y María.

Cada semana iba a casa de Roberto a escuchar la radio para enterarse de las novedades del frente. Casi todas las emisora estaban tomadas por los nacionales, por lo que las noticias estaban adulteradas. Según la radio la legión Cóndor alemana había bombardeado Gernika dejándola en ruinas. Ese día Agustín se fue de casa de Roberto triste; veía que la guerra estaba prácticamente perdida.

Llegó el verano, que fue recibido con la toma de Bilbao por parte de los franquistas, por lo que ya quedaba poco territorio en manos de los republicanos. Sólo quedaba el Este para que España cayera bajo el dominio de las tropas de Franco. Al ser verano, también era época de recogida de la cosecha, y todas las mañanas Luis pasaba a buscar a Agustín a su casa para recoger hortalizas y luego venderlas en el mercado de Ponferrada. La mañana del 14 de julio Luis encontró algo raro a Agustín. Éste siempre cantaba mientras recogía la cosecha, pero esa mañana abrió la boca sólo lo justo y necesario. Por la tarde nadie lo vio aparecer por las calles; solo por la noche se dejó ver 20 minutos en el bar de Tomás. Habló muy poco, solo algunas palabras, y la mayoría eran síes o noes.

Al día siguiente, cuando Luis fue a llamarlo, se encontró una nota en la puerta:

"Queridos amigos. España está cayendo en manos de un gobierno autoritario y fascista, acabando con la libertad de la República. La República fue creada para escuchar al pueblo, y yo me veo obligado a defenderla. Espero volver pronto. Gracias: Agustín"

Luis fue corriendo al bar y le enseñó la carta a Tomás. Éste la leyó, y sin decir nada, cerró el bar y le dijo a Luis que iban a ir a Bembibre para enseñarle la carta a Roberto.

Roberto la leyó y no sabía qué decir. Por fin se decidió:

-"En fin, él lo ha querido así" y dobló la carta y la tiró al suelo.

En los días siguientes el pueblo estaba callado. Tomás siempre cerraba el bar antes de la hora a la que lo hacía cuando estaba Agustín, y Luis no se molestó en ir a vender la cosecha. De Roberto tampoco se sabía nada. Habían ido varios días hasta su casa pero nunca estaba en ella.

Llegó el invierno; seguían sin saber nada de Agustín y Roberto, hasta que el 20 de diciembre, por la puerta del bar de Tomás, aparecieron dos hombres envueltos en sendas gabardinas. Se quitaron la capucha y eran... ¡Agustín y Roberto!. Todos se abrazaron varias veces, y alguno lloró de alegría, pues los habían echado muchísimo de menos.

Todos les pidieron que contaran su historia, y empezó Roberto:

-"El día que leí la carta sentí que tenía que ayudar a mi primo, que de alguna manera él era responsabilidad mía. Fui a Madrid, y en la oficina de alistamiento pregunté por Agustín Alonso Rodríguez; me contestaron que se había alistado en las milicias para la defensa de Madrid. Lo busqué varias semanas, hasta que di con él. Estaba con una escopeta en una trinchera, vestido de miliciano"

-"Entonces se acercó a mí y me dio un abrazo. Me dijo que volviera a Folgoso; yo le dije que no podía. Se quedó a luchar conmigo hasta que me convenció hace 10 días, y aquí estoy otra vez", dijo Agustín.

Volvieron a abrazarse, y estuvieron hasta altas horas de la madrugada bebiendo vino y brindando por el regreso de Agustín y Roberto.

A la mañana siguiente Tomás fue a buscar a Agustín a las 9 de la mañana para abrir el bar con él. Le enseñó la radio que se había comprado y la puso para oír las primeras noticias del día. Las noticias eran siempre las mismas. Los sublevados seguían avanzando y los republicanos sólo podían defenderse y resistir. La mañana no empezaba muy bien, pero no tardaron en reponerse de la noticia desayunando un café y dos grandes bollos recién hechos.

Parecía que todo volvía a la normalidad, ya había pasado el invierno y el tiempo se estaba estabilizando, por lo que podían salir de nuevo a la calle a plantar semillas, pasear... Hacían tantas cosas que se habían olvidado de la guerra. Hasta que una mañana de abril, Tomás puso la radio mientras Agustín estaba en el bar. Estas eran las noticias:

"Las tropas nacionales se dirigen hacia el río Ebro, donde está la resistencia republicana. Se espera que en unos días comience la batalla". Agustín se levantó de la silla como un resorte, y sin despedirse siquiera se dirigió a su casa para preparar su maleta. Tomás salió corriendo detrás de él, suplicándole que no volviera a alistarse, por que esta vez no era una defensa, sino que era una batalla de verdad, y corría un gran peligro de morir. Agustín ni siquiera se detuvo a meditar el consejo de Tomás, y partió para Ponferrada para coger el tren que se dirigía a Zaragoza. Iba a alistarse en las brigadas para la defensa del Ebro. Sabía que el río Ebro era, junto a Madrid, el último reducto que les quedaba a los nacionales para hacerse con el control total de España. Por ello estaba tan decidido en ayudar a las tropas republicanas en esta batalla. Partía con mucha esperanza hacia la defensa del Ebro.

Sin embargo, en Folgoso se vivía lo contrario a la esperanza. Ninguno confiaba en que Agustín iba a volver con vida. Incluso Roberto, su primo, decidió no ir a buscarlo, pues sabía que iba a ser una batalla muy sangrienta y que su propia vida podía correr peligro.

Agustín llegó a Zaragoza, y se alistó en las milicias de defensa del Ebro. El bando sublevado estaba muy adelantado, y al día siguiente, las tropas republicanas, agarrándose a su última esperanza, cruzaron el río Ebro. Agustín cruzó el río seguro de la victoria, pero varias horas después, se encontraba en un camión que se dirigía hacia algún sitio que él desconocía. Ese camión estaba lleno de gente que como él, había luchado defendiendo la República. Agustín, sabía que se dirigía a una muerte segura, y por ello, se aferró a su única salida: la jaula del camión estaba hecha de alambre, y tenía una pequeña abertura en un lado. Agustín se sentó delante de ella, y con las manos para atrás, empezó a tirar de los extremos de los alambres haciendo el agujero mas grande. tanto como para poder salir a través de él. De repente, el camión dio un frenazo. Agustín pensó que era el momento. Saltó del vehículo y empezó a correr. Cuando los guardianes lo vieron, ya estaba entrando en un bosque. Corrió toda la tarde y buena parte de la noche hasta que encontró un granero abandonado. Durmió allí y a la mañana siguiente se coló en el tren que iba para Ponferrada.

Tenía algunas magulladuras en las piernas, pero eso no le impidió echar a correr en cuanto vio el cartel de Folgoso.

 

                                        Roberto García Vega

                                        Mayo - 2.002